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viernes, 7 de agosto de 2015

Epígonos moriscos. Abadía del Sacromonte y casas moriscas.

Nenúfares en uno de los estanques de las casas del Chapiz


A mediados de diciembre decidimos cambiar los pateos montañeros por una ruta urbana. El motivo o excusa fue la noticia de que se habían abierto al público las casas moriscas de Zafra y Horno del Oro. Decidimos visitarlas y de paso y para andar un poco, acercarnos a la Abadía del Sacromonte que algunos no conocíamos por dentro.

Como solemos en las rutas urbanas, la cita y desayuno lo hicimos en el Bar Futbol. Churros y desde allí, la calle San Matías arriba, antigua calle señorial y de porte con su pequeña iglesia imperial, sus casas de fachadas pintadas, palacios de anchas cornisas y algunos bares de interés. Remata esta calle en las antiguas casas del Gran Capitán, donde debajo de un gracioso altarico de la Sagrada familia se puso en 1874, durante la dictadura republicana de Serrano, una inscripción dedicada al citado al que titula de vencedor de “moros, franceses y turcos”…

Churros en el bar Fútbol

Subiendo por San Matías

"vencedor de moros, turcos y franceses..."

Casi horizontales todavía los rayos del sol mañanero cruzamos Plaza Nueva con su aire parque temático. A estas horas, en la soledad de estas horas, recuperaba buena parte del encanto perdido. Siendo esta parte tan conocida, podíamos fijarnos en detalles poco vistos y que pasan desapercibidos. Por ejemplo,  los miradores de los conventos de monjas, que mezclan celosías y antenas de televisión.  

Plaza Nueva, la Audiencia y detrás la Cerca de Don Gonzalo

Santa Ana

Carrera del Darro

Cuesta de Santa Inés

El sol en las banderas de la torre de la Vela

Gato

Celosías de clausura de monjas y antenas de televisión

 La casa morisca de Zafra se salvó de la quema por estar dentro (en una esquina) del convento de su nombre. Está recién restaurada. Además de las pinturas de las paredes, los capiteles y arquerías y todas esas cosas llamaban la atención los peces de colores.  En la umbría del patio, más umbría y más fría por ser de invierno, el agua verde del estanque reflejaba la arquitectura, reflejos temblones cuando los peces sacaban la boca a la superficie como para respirar.

Casa de Zafra

Detalle de un arco


Restos de la decoración

Pececillos de colores

La red que protege de las "ratas voladoras" o palomas

Portada de la casa de Zafra


Son las casas moriscas hogares dentro de burbujas. Todo está pensado para disimular la vida interior,  por fuera son paredones desnudos con apenas una pequeña portada. Quien no las conozca nunca imaginará que estén perdidos por esos callejones. Es uno de los “problemas” turísticos de Granada, que hay muchísimas cosas pero casi todas pequeñas y escondidas. Todo es pequeño y melancólico en Granada. Ya lo sentenció el santo local en la “Baladilla de los tres ríos” cuando escribió  que “por el agua de Granada sólo reman los suspiros” en contraposición a los veleros del Guadalquivir.

Una vieja puerta empotrada en el muro del convento de Zafra

Callejeando o "callejoneando"

El primer sol en el Generalife


Por esos callejones y sabiendo adonde ir, se llega a la casa del Horno del Oro en la calle del mismo nombre. Esta casa se reformó después de la Toma y tiene su toque castellano en las arquerías del primer piso. También está recién restaurada. Entre que era temporada de invierno y que, como la anterior, es poco conocida por estar recién abierta al público, Pudimos disfrutarla prácticamente solos, apenas acompañados por la aburrida vigilanta. Esta intimidad, muy acorde con su función original, multiplicaba su encanto.

La casa y la calle de Horno del Oro

Casa de Horno del Oro 

Puerta en uno de los pórticos

Madera...

Las casas de la cuesta del Chapiz son dos, restauradas y unidas para sede del Instituto de Estudios Árabes. Son más costeadas y lujosas que las anteriores pero al ser un centro de trabajo han perdido la soledad de las anteriores. En el patio de tres alturas, detrás de las puertas de cristal, se veían impresoras y papeles. En el recogimiento de lo que fue hogar y vivienda gente entrando y saliendo, a desayunar o a echar un cigarro.

Camino de la Cuesta del Chapiz

Una de las casas del Chapiz

La otra de las casas del Chapiz

Bajo y dos plantas

Portón de entrada

Luces en el pórtico

Salimos de las casas del Chapiz


A fines del siglo XVI, mientras derribaban la mezquita mayor para hacer hueco a la actual iglesia del Sagrario, apareció entre los escombros de la torre Turpiana, el alminar, un cofrecillo con reliquias y un manuscrito con profecías de San Juan y cosas así. Ya en aquel momento, Luis del Mármol Carvajal, uno de los primeros reporteros de guerra de la historia o Arias Montano experto en hebraísmos, tuvieron muchas dudas sobre su autenticidad. Poco después, en unas cuevas del cerro de Valparaíso, se encontraron, también casualmente, unos discos de plomo que contenían un supuesto quinto evangelio dictado directamente por la Virgen en árabe. Con dos cojones.

Camino del Sacromonte

Sobreviven las chumberas

El arco de entrada



Todo lo encontrado, San Cecilio, los libros plúmbeos, las reliquias, el manuscrito, era absolutamente falso.  Como bien se ha estudiado, una treta urdida por moriscos locales con la finalidad acreditar el sincretismo de la cultura islámica y el cristianismo y de esa manera mejorar la situación de su pueblo. En poco o en nada hubiera quedado aquello si al arzobispo don Pedro de Castro no le hubiera dado un tornillazo y dado por buenos los hallazgos con gran aparato litúrgico-jerárquico y piadoso. Una vez que metió la cabeza no hubo vuelta atrás y no consintió sacarla. Se desencadenó así  toda la movida en torno a lo que desde entonces se llamó Sacromonte. Roma no contraatacó de frente sino por los flancos y tardó casi cien años en declarar falsos los libros. Tiempo suficiente para que la devoción popular se recreara con Cecilio, Tesifón, Hisicio… que se levantara la abadía, se montaran en las cuevas unas catacumbas ad hoc para las reliquias y se organizaran romerías con habas y salaillas. Los libros se escondieron en los sótanos del Vaticano pero toda esta otra movida se mantuvo.

Que aquellos notables sucesos viene la  extraña abadía del Sacromonte, hija directa de un alminar musulmán, erigida en las afueras de la ciudad y en la periferia de la ortodoxia, lugar y cosa un poco exotérica, un poco loca y disparatada. Junto a una situación privilegiada a la espalda de la Alhambra, es esta tradición donde está su encanto y belleza. La Abadía sigue teniendo ese aire melancólico y rancio de caserón de vieja familia venida a menos que malvive disimulando sus hambres, de santuario de una vieja secta que ya no es lo que fue pero que, cuando se van las luces, revive para seguir siéndolo.

Fachada

Fuente

Patio

En el Sacromonte todo sigue siendo extraño e inquietante, desde la estrella de Salomón en todos sus rincones a esos horarios de visita incomprensibles y de una lógica preindustrial. No hay nada en Granada más original y misterioso. Hasta lo que está limpio parece que tiene polvo, la iluminación huele a cera y las catacumbas parecen un parque de atracciones barroco. (No me dejaron hacer fotos)

Angelillo del retablo de la iglesia

Los titulares de los Gitanos

Ermita del Santo Sepulcro, final del viacrucis del camino


Ya fuera de la abadía y recuperada la realidad,  aunque el sol estaba todo lo alto que le permite diciembre. La luz seguía siendo dorada y oblicua. En los árboles, aunque ya era casi invierno, el otoño estba en su cénit. Por la Verea de Enmedio fuimos a la plaza de Aliatar a buscar una cerveza y unos caracoles. Hoy son más famosos los caracoles que el titular de la plaza pero en su momento fue un señor muy nombrado.

De Granada sale el moro,
Que Aliatar era llamado,
Primo hermano del valiente
Y muy esforzado Albayaldos,

El que matara el maestre
En el campo peleando:
Sale a caballo este moro,
De finas armas armado.

Sobre ellas una marlota,
De damasco leonado,
Leonado era el bonete,
Negro el plumaje azulado.

A mi no me gustan mucho los caracoles grandes (los chicos, en taza de café y caldo de hierbabuena sí). Pero eso de Negro el plumaje azulado me parece una genialidad.

Y terminó el día con un café y un pastel en la cafetería Lisboa, de Plaza Nueva. No es mal sitio ese con ese nombre para cerrar una excursión tan llena de dulce melancolía como fue esta. Nos volvimos, como Pessoa, un poco sebastianistas.


Todo lo demás está en las fotos.


N.B. Para más información sobre Aliatar y Albayaldos lo mejor es ir a la Historia de los vandos de Zegríes y Abencerrajes, caballeros moros de Granada, de Ginés Pérez de Hita.  

Al sol

El Generalife se asoma a la Vera de Enmedio

Viejos muros perdidos entre el caserío

Estampa desde la Cruz de la Radua

Caracoles

Plaza Aliatar

Cafeses, coñases y tocinillo de cielo en la cafetería Lisboa


2 comentarios:

  1. La primera fotografía de los nenúfares parece un cuadro. Es curioso ver fotografías nuestras bien abrigados con la ola de calor que estamos pasando.

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  2. Es una delicia ver estos paseos y recordar viejos tiempos. Los comentarios son excelentes.

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