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jueves, 3 de septiembre de 2015

Cabecera del San Juan y vistas al Guarnón


Cabecera del San Juan con Veleta al fondo
Es sabido que la vegetación de Sierra Nevada no es particularmente frondosa y exuberante sino más bien rala y de poco porte. Por contra  es muy peculiar, abundan las especies endémicas, exclusivas de estas alturas. Escasa pero rara. Esto lógicamente se debe a su situación y altura que a su vez originan peculiaridades climáticas. 

El suelo de Sierra Nevada está compuesto de grandes extensiones de piedras pulverizadas por la acción de los hielos. Grandes  avalanchas de piedras desprendidas de las alturas descienden por las laderas como coladas de lava. Hay muy poca tierra fértil. En ocasiones falta casi por completo. A esta dureza geológica se une la climática. Buena parte del año las piedras están cubiertas de nieve. Solo se ven libres de ella durante el verano que como corresponde a este sur, impone una feroz sequía apenas aliviada por alguna tormenta cada año más escasa. La poca humedad no hay tierra que la retenga y se pierde rápidamente. El resultado es un desierto blanco en invierno, desierto de piedra en verano. Las plantas tienen que germinar, crecer y florecer en las escasas semanas amables que se dan a final de la primavera y principios del verano, durante el deshielo. Conforme avanza el verano y va quedando poca nieve que derretir, el paisaje se seca. Hasta los borreguiles pierden la humedad y los regatos secos parecen en miniatura las ramblas y barrancos secos de las zonas más comunes: recuerdos de por donde corrió el agua. La aspereza de su corta y acelerada vida es la que hace a esta flora tan extraña y particular.

Borreguiles resecos


Alguna laguna queda todavía
Luna llena de casi media mañana
Hoya de la Mora

Por debajo del Purche, Granada y la Vega

Ya vamos convirtiendo en tradición inaugurar la temporada con alguna suave excursión por la parte del río San Juan. Son casi paseos, cómodos y apropiados después de la inactividad y oxidación de agosto y a la vez fresquitos, cuando abajo todavía hace demasiado calor. Este año hemos repetido haciendo una ruta por la parte de arriba del río hasta alcanzar la divisoria de vertientes con el Guarnón. Aparcamos en la Hoya de la Mora y subimos un trecho por la verea que va atravesando la carretera hasta llegar a los borreguiles de la zona alta por donde llegamos a la dicha cresta donde nos asomamos a los precipicios.  Desde allí bajamos buscando la vereda más conocida que parte (para nosotros fue al revés) desde la Hoya de la Mora donde dimos fin a la caminata. 

Poco más de seis kilómetros con apenas 400 metros de desnivel acumulado.  La única dificultad está en los suelos pedregosos, siempre incómodos de andar y que en algunos pasos grandes piedras de derrumbe se atraviesan en el camino añadiendo algún problema.

Subiendo por la parte de la carretera

El viejo observatorio universitario

La cabecera del río San Juan.

"Coladas" de rocas de derrumbe se atraviesan en el camino

Zigzagueando por los repechos

De fondo la Vega y Granada

Las bajadas de piedra suelta no son cómodas


Después de un verano tan duro y largo, nos encontramos el paisaje yermo y seco. Los borreguiles, antes encharcados y atravesados por arroyuelos, ahora eran  manchas amarillas sin rastro de agua y las pocas hierbas entre las piedras, en lugar de hierba eran de paja. El sol contrastando con un azul relativamente limpio acentuaba los tonos desérticos del paisaje. Salpicándolo algunas vacas y muchas ovejas que parecía que mas que pacer lamían las piedras. Rebaños solos y sueltos sueltas por el campo con la única compañía de algún perro, como todos los pastores falto de conversación y que nada más vernos se acercó al arrimo del calor humano (especie que muchos de ellos creen la suya). 

Era tal el aspecto de la sierra, reseca, con su ganado montaraz, sus agrestes peñascales empapados de sol que parecía otro mundo, solitario y perdido. Tan radicalmente distinto que resultaba más cercano a las estepas del Asia Central por las que cruza la Ruta de la Seda, que al blanco del invierno local plagado de remontes y esquises. Faltaban los caballos mogoles y las tiendas de los pastores nómadas. 



Acentor alpino

Los regatos secos de los borreguiles como ramblas vacías

La soledad del ganado



A la carrera, que las ha llamado el pastor para su ración de sal


Pero a pesar de la sequedad, del paisaje duro de piedra viva, la sierra  sigue siendo impresionante, magnífica. Al llegar al collado que parte las vertientes, enfrente aparecen de golpe la encabritada cara norte de las cumbres. Debajo se despeña en tremendos precipicios casi verticales el río Guarnón, buscando  su encuentro con el primer Genil en las profundidades de las minas de la Estrella. 

Y siempre hay algo nuevo que ver en estas alturas. Unas veces porque nos fijamos en algo en lo que no habíamos reparado antes, otras porque la luz, la meteorología del día o alguna otra circunstancia especial hace que lo habitual parezca distinto. En esta ocasión fue la sierra de mi pueblo a lo lejos que pareciera que flotara porque unas nieblas bajas inusuales para la época, disimulaban los llanos y le hacían de peana etérea.

En el collado donde cambia la vertiente, aparece el Mulhacén

Mulhacén, Alcazaba, Puntal de Vacares...

El Veleta, todavía con algo de nieve en su nevero.

Barranco del Guarnón.

Donde aflora agua se mantiene el verde

Cerro de los Machos y Veleta

Un buitre en el Veleta

Los pastores modernos, con sombrero panamá, vigilan desde lejos al ganado


La comida en casa Guillermo, en Pinillos, al arrimo del rumor del río pero bajo el estrépito de los helicópteros del INFOCA, continuamente cruzando para cargar agua en el pantano y a sofocar el ya muy tradicional incendio anual de Cenes. Esta vez fue junto al Cerro del Sol. Ojalá no haya hecho mucho daño. Cuando pasen los calores y retome las caminatas por aquella parte podremos comprobarlo.

El río San Juan ahora riachuelillo

El regreso

Tradicional incendio de Cenes






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