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Cabecera del San Juan con Veleta al fondo |
Es
sabido que la vegetación de Sierra Nevada no es particularmente frondosa y exuberante sino más bien rala y de poco porte. Por contra es muy peculiar, abundan las
especies endémicas, exclusivas de estas alturas. Escasa pero rara. Esto lógicamente se debe a su situación y altura que a su vez originan peculiaridades climáticas.
El suelo de Sierra Nevada está compuesto de grandes extensiones de piedras pulverizadas por la acción de los hielos. Grandes avalanchas de piedras desprendidas de las alturas descienden por las laderas como coladas de lava. Hay muy poca tierra fértil. En ocasiones falta casi por completo. A esta dureza geológica se une la climática. Buena
parte del año las piedras están cubiertas de nieve. Solo se ven libres de ella durante el verano que como corresponde a este sur, impone una feroz sequía apenas aliviada por alguna tormenta cada año más escasa. La poca humedad no hay tierra que la retenga y se pierde rápidamente. El resultado es un desierto blanco en invierno, desierto de piedra en verano. Las plantas tienen que germinar, crecer y florecer en las escasas semanas amables que se dan a final de la primavera y principios del verano, durante el deshielo. Conforme avanza el verano y va quedando poca nieve que derretir, el paisaje se seca. Hasta los borreguiles pierden la humedad y los regatos secos parecen en miniatura las ramblas y barrancos secos de las zonas más comunes: recuerdos de por donde corrió el agua. La aspereza de su corta y acelerada vida es la que hace a esta flora tan extraña y particular.
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Borreguiles resecos |
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Alguna laguna queda todavía |
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Luna llena de casi media mañana |
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Hoya de la Mora |
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Por debajo del Purche, Granada y la Vega |
Ya
vamos convirtiendo en tradición inaugurar la temporada con alguna suave excursión por
la parte del río San Juan. Son casi paseos, cómodos y apropiados después de la inactividad y oxidación de agosto y a la vez fresquitos, cuando abajo
todavía hace demasiado calor.
Este año hemos repetido haciendo una ruta por la parte de arriba del río hasta alcanzar la divisoria de vertientes con el Guarnón. Aparcamos en la Hoya de la Mora y subimos un trecho por
la verea que va atravesando la carretera hasta llegar a los borreguiles de la
zona alta por donde llegamos a la dicha cresta donde nos asomamos a los precipicios. Desde allí bajamos buscando la vereda más conocida que parte (para nosotros fue al revés) desde la Hoya de la Mora donde dimos fin a la caminata.
Poco más de seis kilómetros con apenas 400 metros de desnivel acumulado. La única
dificultad está en los suelos pedregosos, siempre incómodos de andar y que en algunos pasos grandes piedras de derrumbe se atraviesan en el camino añadiendo
algún problema.
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Subiendo por la parte de la carretera |
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El viejo observatorio universitario |
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La cabecera del río San Juan. |
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"Coladas" de rocas de derrumbe se atraviesan en el camino |
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Zigzagueando por los repechos |
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De fondo la Vega y Granada |
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Las bajadas de piedra suelta no son cómodas |
Después
de un verano tan duro y largo, nos encontramos el paisaje yermo y seco. Los
borreguiles, antes encharcados y atravesados por arroyuelos, ahora eran manchas amarillas sin rastro de agua y las pocas hierbas entre las piedras, en lugar de hierba eran de paja. El sol contrastando con un azul relativamente limpio acentuaba los
tonos desérticos del paisaje. Salpicándolo algunas vacas y muchas ovejas que parecía que mas que pacer lamían las piedras. Rebaños solos y sueltos sueltas por el campo con la única compañía de algún
perro, como todos los pastores falto de conversación y que nada más vernos se
acercó al arrimo del calor humano (especie que muchos de ellos creen la suya).
Era tal el aspecto de la sierra, reseca, con su ganado montaraz, sus agrestes peñascales empapados de sol que parecía otro mundo, solitario y perdido. Tan radicalmente distinto que resultaba más cercano a las estepas del Asia Central por las que cruza la Ruta de la Seda, que al blanco del invierno local plagado de remontes y esquises. Faltaban los caballos mogoles y las tiendas de los pastores nómadas.
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Acentor alpino |
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Los regatos secos de los borreguiles como ramblas vacías |
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La soledad del ganado |
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A la carrera, que las ha llamado el pastor para su ración de sal |
Pero
a pesar de la sequedad, del paisaje duro de piedra viva, la sierra sigue siendo impresionante, magnífica. Al llegar al collado que
parte las vertientes, enfrente aparecen de golpe la encabritada cara norte de las cumbres. Debajo se despeña en tremendos precipicios casi verticales el río Guarnón, buscando su encuentro con el primer Genil en las profundidades de las minas de
la Estrella.
Y siempre hay algo nuevo que ver en estas alturas. Unas veces porque nos fijamos en algo en lo que no habíamos reparado antes, otras porque la luz, la meteorología del día o alguna otra circunstancia especial hace que lo habitual parezca distinto. En esta ocasión fue la sierra de mi pueblo a lo lejos que pareciera que flotara porque unas nieblas bajas inusuales para la época,
disimulaban los llanos y le hacían de peana etérea.
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En el collado donde cambia la vertiente, aparece el Mulhacén |
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Mulhacén, Alcazaba, Puntal de Vacares... |
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El Veleta, todavía con algo de nieve en su nevero. |
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Barranco del Guarnón. |
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Donde aflora agua se mantiene el verde |
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Cerro de los Machos y Veleta |
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Un buitre en el Veleta |
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Los pastores modernos, con sombrero panamá, vigilan desde lejos al ganado |
La
comida en casa Guillermo, en Pinillos, al arrimo del rumor del río pero bajo el
estrépito de los helicópteros del INFOCA, continuamente cruzando para cargar
agua en el pantano y a sofocar el ya muy tradicional incendio anual de Cenes.
Esta vez fue junto al Cerro del Sol. Ojalá
no haya hecho mucho daño. Cuando pasen los calores y retome las caminatas por
aquella parte podremos comprobarlo.
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El río San Juan ahora riachuelillo |
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El regreso |
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Tradicional incendio de Cenes |
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